Los policías de a pie arriesgan su vida todos los días para combatir una delincuencia que los supera en armamento y que conoce sus límites. Desprotegidos, mal dormidos y mal pagos, cumplen su deber como pueden.
Paula Barquet
A mi me encantaria ser policia", escribía Erika Dutra en los comentarios de una nota periodística que anunciaba vacantes en el Ministerio del Interior. "Mas que nada por que es un trabajo digno y ademas pertenesco a una familia donde son todos policias,tengo 21 años y tengo suficientes estudios ,lamentablemente me he presentado 2 veces y he perdido la prueba fisica", decía. "Yo no digo que este mal exigir, pero me parece que se deberia tomar mas en cuenta la formacion y valores y no tanto la parte fisica".
En el mismo foro, José Suárez alegaba: "yo tambien ise la prueba fisica i salbe pero hasta hora no me llamaron no entiendo porque en la tele dice que estan nesecitando de policia i para mi es un sueño ser policias pora contribuir con el orden de nuestro pais".
La nota contiene 75 comentarios, todos revelando las mismas ganas de pertenecer a la institución pública que aboga por la seguridad ciudadana, y todos con el mismo nivel ortográfico.
Unos 27.000 uruguayos son policías, de los cuales 23.000 se desempeñan como personal subalterno.
Son los que todos los días arriesgan su vida en la calle, muchas veces sin suficientes previsiones de seguridad, y otras tantas a merced de una delincuencia que crece en cantidad y calidad. Quizá, como los participantes de aquel foro, deseaban con todas sus fuerzas ser policías. Quizá no imaginaron a qué se exponían cuando firmaron el contrato.
BLANCO MÓVIL.
Nervioso pero seguro, Ariel Fernández va con una citación judicial a detener a un rapiñero. Cuenta con el respaldo de otro patrullero y lleva una escopeta cargada. En un cantegril de Pando, el requerido por la Justicia no espera visitas.
Entran los móviles policiales. Los vecinos empiezan a salir de todas las casas y a surgir en todas las esquinas. De pie, alrededor de los vehículos, miran como sin querer mirar. En el momento de la detención, con el individuo ya sujetado, la masa se abalanza sobre los efectivos policiales.
"No llegaron a tirarse encima porque hubo armas que los amedrentaron. Si uno arruga o no está preparado psicológicamente, puede terminar en desgracia", relata Fernández, agente de segunda que trabaja en la Policía de Canelones hace 10 años, y dirigente del sindicato policial canario.
Esa es la situación de mayor riesgo que le tocó a este policía de 34 años. Sabe que a veces no hay arma que alcance. En los asentamientos, a menudo callejones sin salida, los delincuentes se apoyan entre ellos. "Es bravo. Son fracciones de segundo en las que uno tiene que pensar qué es lo menos malo", explica.
Camisa, pantalón y boina azul, zapatos negros e insignia. El vestuario obligatorio del agente es un arma de doble filo porque representar la autoridad del Estado es un honor y a la vez un riesgo.
"El policía es un blanco móvil porque está uniformado, nítidamente definido. El delincuente no", reflexiona Ernesto Carreras, secretario general del Círculo Policial.
Cuando el uniforme no infunde el miedo o respeto deseado, el policía es carne de cañón.
Hay lugares que manejan valores y están muy mal custodiados; no cuentan con casetas blindadas, no se prevé un lugar para parapetarse. "El policía sólo está para figurar, para que lo vean", opina Fernández. Y ahí "está regalado".
"Si el delincuente ve una persona uniformada y entra, es porque está jugado. Entonces lo que va a hacer, con suerte, es reducir al policía, quitarle el arma. Pero muchas veces van y le pegan un tiro directamente", agrega.
Carreras y Juan Cipollini, presidente del Círculo Policial, sostienen que todas las situaciones son riesgosas para un subalterno. Insisten: todas. "Fijate que vas a hacer una confirmación de domicilio y te pegan un tiro en el pecho", señala Cipollini en alusión a Mario Morena, el agente que murió en el operativo del caso Feldman el 31 de octubre. Morena y otros dos policías de Inteligencia fueron sin chaleco antibalas ni armamento adecuado a tocar la puerta del contador. Tres oficiales fueron relevados de sus cargos por la responsabilidad del caso.
El chaleco antibalas que usa la Policía en Uruguay sale más de 8.000 pesos, pesa cuatro kilos, viene en tamaño estándar y no hay forma de disimularlo porque se coloca por arriba de la camisa. Quita movilidad y es incómodo por demás. Lo desgasta la humedad y la transpiración. Con temperaturas altas hay personas que no lo resisten y llegan a desmayarse.
Los años de experiencia permiten a Cipollini afirmar que las jefaturas recambian los chalecos cada 12 años aproximadamente, por más que las fábricas advierten que caducan a los tres años de uso. No sería de extrañar que Morena haya preferido no pedir chaleco por temor a una represalia.
"Se supone que los entregan y si no se reclama, pero un mando medio se puede enojar por tener que molestar a sus superiores. El traslado es una forma encubierta de sancionar", explica Fernández. Pedir chalecos antibalas en la jerga policial es "estar complicando".
Imprevistos suceden todos los días. Algunos más justificados o entendibles que el que se llevó la vida de Morena. Los consultados para este informe coincidieron en poner de ejemplo una situación cotidiana, como es una citación de un juzgado de Familia.
Temas de divorcio o sucesión han terminado varias veces en policías heridos. Cuentan que en casos de violencia doméstica, la pareja que se estaba agarrando de los pelos sorpresivamente se une en contra del agente. "La gente personaliza en la Policía la culpa de todo", considera Cipollini.
De todas formas, los agentes ordinarios, que portan un armamento básico (revólver y vara), deberían llamar a los grupos especializados y entrenados para el choque si en el transcurso de la investigación surgen indicios de mayor riesgo. Deberían. En realidad, reconocen en el Círculo Policial, eso muchas veces no sucede.
El fiscal de Policía Héctor Di Giácomo está a cargo de Asuntos Internos, división creada para detectar la corrupción en la Policía.
Qué Pasa consultó a Di Giácomo para conocer si se ha evaluado, en términos generales, qué tan acertados han sido los procedimientos policiales recientes. El fiscal afirmó que no existe tal investigación.
La de Di Giácomo fue la única respuesta que este suplemento obtuvo del Ministerio del Interior. Los responsables de la comunicación explicaron que ningún integrante de esa cartera podía dar declaraciones porque un equipo del departamento Salud Ocupacional, de Sanidad Policial, justo estaba preparando un informe sobre los riesgos a los que se expone la Policía y no era correcto aportar datos hasta que lo terminaran. Dijeron que estará pronto en breve pero que "en la administración pública nunca se sabe".
La "sensación térmica", como calificaba la ex ministra Daisy Tourné al aumento de la inseguridad, también repercutió en las precauciones de los efectivos. Jorge Molina, integrante de la Federación Nacional de Sindicatos Policiales (Fenasip), explicó que "los compañeros se cuidan más entre ellos" y tratan de ir con varios patrulleros.
Los delincuentes menores de edad representan otro problema en aumento según Molina, quien asegura que hoy "la minoridad conoce a la perfección los límites de la Policía".
La Ley de Procedimiento Policial indica que se puede usar la fuerza o recurrir a armas de fuego cuando "se ejerza contra el personal policial o terceras personas violencia por la vía de los hechos o amenazas por persona armada, poniéndose en peligro su integridad física". A pesar de esta ley, un forcejeo puede terminar con un policía preso.
Más sencillo es el procesamiento por faltas administrativas, según lo que establece la Ley Orgánica Policial. Aunque el lineamiento de este gobierno hacia los mandos fue de no aplicar el reglamento a rajatabla, aún es habitual que se den situaciones "anticonstitucionales", según entienden los dirigentes sindicales.
"¿Cómo es posible que a un funcionario público, por más policía que sea, se lo sancione administrativamente por una falta (cuando existe) con privación de libertad?", cuestiona Fernández. "Es vetusto, pasado de moda, arbitrario y autoritario", opina.
Estar parado en forma indecorosa en un 222 (por ejemplo, recostado sobre la pared), andar sin boina o con la camisa manchada, constituyen algunas infracciones. El criterio es discrecional y no dogmático: depende del superior del que se trate. Además, el dirigente sindical denuncia que la reclusión en las comisarías -donde también se alojan presos- muchas veces es "insalubre".
"He estado sancionado en lugares donde no se puede dormir por los ruidos de gente que entra y sale constantemente, dormitorios con pulgas, sin luz, ventanas rotas. Todo eso lesiona nuestra dignidad como personas y como trabajadores".
Pero además, Fernández entiende que son "protocolos inútiles" que sólo buscan "preservar la imagen de la institución", y no en un buen sentido. "Hemos visto jerarcas muy preocupados porque el policía esté con la boina, la camisa nueva y limpia, y no se preocupan por las condiciones en las que debe cumplir su trabajo".
La crítica se extiende al tiempo de formación policial. Hoy son seis meses (antes fueron menos) en los que, según Fernández, en lo que más se hace hincapié es en la instrucción militar. "Formarse en `sí señor`", dice. "Aprendés que los superiores siempre tienen razón, y a no reclamar nada".
En las escuelas departamentales de policías no exigen estudios secundarios. No se enseña un mínimo de Derecho, apenas aprenden a disparar un arma y no se los instruye en primeros auxilios, cuando habitualmente son los que llegan antes al lugar de los hechos. Todo policía de a pie, en algún momento de su carrera, debe atender un parto sin saber cómo. Los oficiales, en cambio, estudian cuatro años y obtienen un título terciario.
POR LA PATRIA.
El uniforme policial debería correr por cuenta del Ministerio del Interior. Sin embargo, en Uruguay existen al menos cinco locales comerciales de indumentaria y equipamiento habilitados por esa cartera. Para concretar la venta basta mostrar el carné policial.
Un vendedor explicó que los agentes reponen la ropa con su dinero cuando el desgaste o rotura sucede por "un descuido".
Igual, parece difícil distinguir esas situaciones cuando el policía, como se dice, está "al servicio de la patria" las 24 horas.
Durante este período hubo recambio de armas pero todavía hay muchos policías que no disponen pistolas automáticas. En Canelones, dice Fernández, el 30% trabaja con armas calibre 38 y las mejores -las 9 milímetros- están en manos de los superiores que no salen de sus oficinas. "Uno ve en la prensa que los delincuentes usan revólveres 9 milímetros. Sin duda la delncuencia está mejor armada que nosotros", agrega.
A la Fenasip no le consta que las unidades ejecutoras tengan chalecos suficientes para cada subalterno. Saben que en Canelones pidieron 350 a fines de 2008 y se entregaron recién en abril.
El chaleco es el implemento básico de seguridad pero no es infalible. Los policías que custodian las cárceles deberían usar unos especiales que Molina llama "anticortes". Los agentes que tienen que pasar desapercibidos, como los de Inteligencia o los que controlan el narcotráfico, realizarían mejor su función con chalecos finos como los que se ven en el cine.
Faltan linternas, pilas, lapiceras. Faltan radiobases para las unidades. Faltan handies para los policías. En plena persecución, si los efectivos se separan deben estar pendientes de quién tiene la radio, tanto para cumplir el objetivo como para avisar de un compañero herido o muerto.
Los vehículos policiales son autos comunes pintados de blanco. Llevan el escudo de la Policía y se les coloca una sirena arriba. A Fernández, que se confiesa idealista, le gustaría que fueran más duros y tuvieran motores más potentes. En el interior es común que escasee el combustible, las sirenas no funcionen y los policías tengan que "andar inventando bocinazos para abrirse paso".
Aunque no se pudo corroborar en el ministerio qué gasto supone el equipamiento policial, parecería que las carencias se deben a escasez presupuestal. En la última rendición de cuentas la cartera obtuvo 20 millones de dólares y la mitad fue para el sistema carcelario.
El gobierno de Tabaré Vázquez incrementó el salario policial un 42%. Según el ministro Jorge Bruni, es el mayor aumento que se haya conocido. Si bien los policías reconocen el cambio, también entienden que sigue siendo bajísimo porque se realizó sobre el sueldo base (hoy en unos 8.000 pesos) y no sobre el total, que incluye los conceptos "alimentación y equipo" (poco más de 1.000) y "riesgo de vida" (casi 2.000).
"Los números son fantásticos, pero la realidad es otra. Te das cuenta cuando agarrás el carrito y vas al supermercado. No aumentó tanto como para levantar la sumersión del policía", asegura Carreras.
Por eso el 222 sigue siendo la salvación. "No me gusta", confiesa Fernández, pero lo hace igual. "Más o menos el 70% de los policías de Canelones trabajan de 222. Significa que no duermen o que se quedan dormidos en las guardias".
En Montevideo, como en casi todo el país, las guardias policiales son de ocho horas, pero en Canelones se extienden a 12. Allá, el policía promedio trabaja 12 horas en la guardia y 12 en el 222. Son 24 horas de corrido, y a veces toca jornada doble: 36 horas sin descanso. Ese policía no tiene dónde bañarse y casi no ve a su familia.
Según el último censo policial, hay 2.500 policías viviendo en asentamientos y 6.000 cobrando el 30% de su sueldo por estar endeudados, a menudo con el fin de edificar una casa. En 2007 los sindicatos decían que el 90% estaba bajo la línea de pobreza y un 10% de esa porcentaje era indigente.
"La Policía debe profesionalizarse, pero de verdad. Tenemos que estar mejor pagos y trabajar menos horas. Cuando eso pase, que la población nos exija a rajatabla", reflexiona Fernández. "Y que nos exija ahora también, pero que tenga en cuenta que trabajamos en condiciones inhumanas".
Los policías de jehová y las armas
En medio de las diversas especulaciones que ha generado el caso Feldman, un medio de prensa nacional publicó que uno de los agentes de Inteligencia que en primera instancia se acercaron a la finca -procedimiento por el que murió Mario Morena- no llevaba armas porque pertenecía a la colectividad religiosa Testigos de Jehová. Desde la organización, Leonardo, que pertenece a la sociedad La torre del vigía, explicó que el pasaje en Romanos, capítulo tres, dice claramente que
Dios coloca a las autoridades para mantener el orden, y por eso es lógico que éstas porten armas. "Defendemos la postura de la paz, pero jamás un fiel va a decir que su religión le impide andar armado", dijo. Leonardo, que prefirió no dar su apellido, aclaró que recomiendan que el ciudadano común no se arme.
Amenazas, agresiones, heridas y muertes
El ministro Jorge Bruni opinó en una conferencia de prensa que el nombre de un policía caído en el cumplimiento de sus obligaciones debería estar al lado de figuras ilustres como Mario Benedetti o Idea Vilariño. Por ahora figuran, con suerte, sólo en los medios de prensa.
Fuentes policiales aseguraron que la Jefatura de Montevideo no lleva un registro de cuántos efectivos murieron en lo que va del año, y en el Ministerio del Interior no brindaron esa información.
De todas formas, la sensación de los propios efectivos es que la cantidad fue menor al año pasado. Bruni agregó que homenajear a los caídos es dignificar a la Policía.
Muy a menudo los policías denuncian amenazas, patrulleros y casas apedreados, atentados a las familias, patotas que los rodean y los agreden con botellas o "cortes". En el interior es más común que en Montevideo.
En junio el Poder Ejecutivo dispuso mayores medidas de seguridad para policías que combaten el narcotráfico. Esta semana El País publicó que en Paysandú una patota atacó un destacamento y amenazó con violar a la única policía (mujer) presente. En Malvín Norte, también en estos días, dos policías femeninas que patrullaban el barrio fueron agredidas con golpes de puño y patadas.
FUENTE: El País Digital
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